Siempre me entra un cierto pudor cuando tengo que reconocer que vivo entre Madrid y Miami. En Miami todo el mundo me dice que estoy loco por dejar atrás una ciudad como Madrid por un “pantano”, como muchos de mis amigos se refieren a Miami. No me gusta nada esa comparación, quizás porque debo tener mucho de lagarto o de tiburón y hasta guacamaya, que son esos loros llenos de plumas y colores que sobrevuelan Caracas al atardecer, para defenderme o sentirme a mis anchas en este trópico mortal. Y por eso me defiendo expresando que vivir entre dos ciudades tan distintas, una europea y seca, la otra húmeda y conflictiva, le sienta fenomenal a mi concepto de ciudadano global.
Pero hay días en que esas diferencias conspiran. Por ejemplo, se probó hace unos días cuando la revista Hola consiguió el reportaje exclusivo del abordaje al yate alquilado de Cristiano Ronaldo por tres agentes de la aduana tributaria. ¡Madre de Dios hermoso! o ¡Ay, papá! suspiraron miles de personas, seguidores o no del jugador, en ambas ciudades. A mí, sinceramente, me impactó que el yate fuera alquilado. ¿Cómo va ser que un hombre nacido en una isla no posea una embarcación al volverse mega rico? No cabe en mi cabeza. Y en Madrid todos me lo refrendaron, era inadmisible. En cambio en Miami todos me miraron raro. “¿ Y qué tiene de malo alquilar?”, me retaron varios amigos. “Yo no tengo nada a mi nombre. En América de lo único que eres propietario es de tu crédito, mi amor”.
Qué mundos tan distintos. En España si no eres dueño de una hipoteca, de tu coche, de tu teléfono, de tu computador pareciera que lo llevaras escrito en la frente. En Miami si lo debes todo, no dices nada y entras y sales del Faena o del Soho Beach House como si fueran tuyos. En mi opinión, Ronaldo debe tener alguna participación en la empresa propietaria del yate donde se pasea junto a su familia, su novia curvilínea y su patota de amigotes que parecen modelos de su línea de ropa interior. Quizás por eso la aduana tributaria le rindió esa visita tan escandalosa. Pobrecita la mamá de Cristiano, que no puede seguirle la dieta, los hijos, las novias, las fotos con otros jugadores igual de musculados, y ahora la incertidumbre de si está en un yate alquilado o en uno que es propiedad a medias.
Agobiado por todo esto, me he escapado a Madrid precisamente la noche que una buena tormenta cayó en Miami. No lo advierten en las líneas aéreas, que cada vez venden boletos más caros para entrar o salir de Miami, pero cuando se reúnen tres relámpagos en nuestra bahía, el aeropuerto internacional de Miami activa un protocolo de emergencia que ojalá se lo enseñasen al Pentágono para garantizar un mundo seguro.
Creía que a los aviones de última generación les aplicaban una pintura antirrayos o algo así para que la inclemente naturaleza no interrumpa las necesidades de los ciudadanos globales. Pero, no, en el aeropuerto de Miami cae tormenta y se paraliza. Pasé seguridad en tres “concourses” diferentes, porque los aviones desviados a Orlando regresaban en puertas que no paraban de cambiar. Tres veces saqué el ordenador, enseñé el perfume y me quité los zapatos y anduve descalzo. Pero recordé a mi amiga Carolina Lanao: “Piensa en el lado positivo”. Y pensé que mientras Trump quiere cerrar la entrada a los inmigrantes, en el aeropuerto de Miami simplemente no quieren que te vayas. ¿No es maravilloso?
Escritor y presentador venezolano
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