El escritor español Max Aub decía que uno es de donde hizo el bachillerato, “de donde nace conscientemente al mundo, a los sentidos, al amor”. En efecto. La ciudad donde transcurren la adolescencia y los años de formación es la que uno lleva dentro, incluso cuando la vida nos conduce a lugares lejanos.
Como mínimo viajo una vez al año a Madrid, donde crecí y estudié lo que vino a sustituir el bachillerato tradicional bajo las siglas de BUP (Bachillerato Unificado Polivalente). Ahora, más que nunca, comprendo lo que quiso decir Aub, quien vivió gran parte de su vida en el exilio: puedes ir y venir. Incluso encallar en sitios que te resultan ajenos. Pero tu ciudad permanece viva como una llama inextinguible.
Regresar se transforma en una suerte de turismo sentimental que no busca emociones nuevas, sino rescatar vivencias del pasado. Hay exposiciones que cambian, estrenos esperados, locales nuevos, pero el estímulo no radica en la novedad, sino en la tarea proustiana de recuperar el tiempo perdido. El recuerdo de lo cotidiano en la casa familiar y en los barrios que en la juventud fueron nuestros.
Si divisas en una esquina a un novio de antaño, sigues de largo para conservar su recuerdo intacto y no estropearlo con comentarios quejumbrosos del presente
Hay quienes viajan en busca de aventuras o de algún enamoramiento súbito antes que amanezca. O antes que anochezca. Pero la ciudad que es tuya más bien invita a una conjura de amores que se quedaron en el camino. Aquellos de la escandalosa juventud con besos robados en los autobuses y escapadas a los cines. Si divisas en una esquina a un novio de antaño, sigues de largo para conservar su recuerdo intacto y no estropearlo con comentarios quejumbrosos del presente.
Uno es de donde hizo el bachillerato y los amores que permanecen prendidos como alfileres de algodón son los de la chica de ayer. Tamizados por la suave distorsión de la memoria que va fallando. Reconfortantes como solo lo son los viejos amores, incluso aquellos que fracasan y dejan un reguero de lágrimas.
Veía el otro día The Affair, una serie de televisión sobre un tórrido adulterio que resquebraja la plácida quietud matrimonial. De todos los episodios, en los que abundan las escenas de sexo, el que más me ha impresionado no se ha centrado en las encendidas citas de los adúlteros, sino en el reencuentro de la pareja rota por la infidelidad de ella. Palidece la pirotecnia de los amantes frente a la intimidad dulcemente aprendida en la alcoba a lo largo de los años. Uno es de donde hizo el bachillerato y de donde el amor arraigó aunque luego se desprenda de su raíz.
Nos vamos de nuestra ciudad y damos portazo a la pasión que se trasmuta en cariño y lealtad, para recalar en otros sitios y en otras pasiones renovadas. Pero cuando se retorna a las calles de siempre y nos asomamos (aunque sea por una rendija) a evocaciones imborrables, se difuminan los paisajes de revistas y los reclamos que prometen experiencias fuertes.
Me duele ver a la pareja que se ha extraviado en el desencuentro pero echa de menos la cama mil veces compartida. Me duele no estar en la ciudad en la que hice el bachillerato. Habrá que volver muy pronto.
©FIRMAS PRESS
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