El país esperaba las palabras de un comandante en jefe que justificaría con argumentos persuasivos la decisión de meternos en otra guerra. Pero al país le endilgaron la monserga de un autor de mediocres libros de auto-ayuda. Fue un discurso altisonante cargado de omisiones, vaguedades y contradicciones movido en parte por los sondeos de opinión que recogen el dolor y la ira de un pueblo estupefacto por la ejecución pública de dos periodistas estadounidenses en los desiertos de Mesopotamia.
En lugar de enunciar una estrategia coherente para combatir y derrotar la barbarie del Estado Islámico (IS por sus siglas en inglés) el presidente Barack Obama le ha ofrecido al país y al mundo (sobre todo a los aliados en potencia) un boceto que se esfuerza por puntualizar lo que la guerra contra IS no será: Por ejemplo, no será, nos dice Obama, como Irak y Afganistán. El presidente afirma que la esencia militar de su plan es bombardear a IS incesantemente con todo el arsenal de la fuerza aérea estadounidense, incluyendo los drones armados que tanto le gustan al presidente. Al mismo tiempo Obama le insiste a amigos y adversarios que Estados Unidos no empleará “boots on the ground”, en otras palabras, no actuarán efectivos estadounidenses sobre el terreno, no despacharemos unidades de infantería, tropas mecanizadas, marines. Así, el pueblo estadounidense podrá vengarse de los psicópatas del califato sin arriesgar las vidas de miles de soldados.
El anuncio es un alivio para IS pero de inmediato suscita la primera pregunta desconcertante en torno a la mal llamada estrategia de Obama para destruir a IS. ¿Cómo se logra la derrota de un enemigo tan feroz sin el empleo masivo de eficaces “boots on the ground”? Según la disparatada visión del presidente , en el frente iraquí de esta guerra los efectivos sobre el terreno, el complemento terrestre de los bombardeos, estarán constituidos por la relativamente pequeña peshmerga kurda (los únicos soldados que ha luchado con valor contra IS en Mesopotamia) y un ejército iraquí desmoralizado e incompetente (y quizás tropas iraníes, aunque Obama no puede reconocerlo públicamente por razones obvias,) ¿Y de dónde vendrá el liderazgo político capaz de convencer a los sunitas iraqíes que pueden superar el miedo infligido por las políticas de Bagdad y la violencia confesional, convencerlos, además de abandonar a IS y sumarse a la lucha por la unidad nacional? ¿Vendrá del “nuevo” gobierno iraquí cuyos integrantes principales son chiitas sectarios, personajes reciclados de los gobiernos de Nuri Al-Maliki (entre ellos el propio Al-Maliki, el vicepresidente)? Eso no lo cree ni el Secretario de Estado John Kerry.
En cuanto al frente sirio de la guerra que vislumbra Obama, el presidente enfatizó en su discurso que de ninguna forma podrían existir lazos de cooperación entre una alianza opuesta al califato y el gobierno “ilegítimo” de Bashir Al-Assad. Obama sabe que para derrotar a IS hace falta expulsarlo de los territorios conquistados y de sus centros de operación en una Siria cuya guerra civil alimentó el crecimiento de estos terroristas. De momento Estados Unidos, los amigos europeos, los reinos y emiratos sunitas y la hipócrita Turquía (que ha financiado y respaldado a grupos yihadistas en Siria) se niegan a cooperar con Al-Assad, el mal menor en esta guerra. Pero es que sin la participación de Assad no puede tener éxito una lucha multilateral contra IS en Siria que prescinde de “boots on the ground”. Obama quiere hacernos creer que en Siria unos míticos rebeldes moderados serán los efectivos sobre el terreno. Obama propone entregarle 500 millones de dólares en ayuda militar a esta invención, el Free Syrian Army, un puñado de aficionados valientes manejados por la CIA. En este punto el incoherente plan anti-IS enunciado por Obama entra en los predios del delirio. Si Estados Unidos comete el despropósito de enviar esta ayuda, las armas caerán en manos de los yihadistas sirios, entre ellos IS. Así, la terapia obamista acabará por empeorar la enfermedad que pretende curar.
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