Cierto que se trata de un asunto de status, de prestigio y de estar en la última moda en su país, hay que ser de la clase alta, claro. Y por si todo fuera poco aseguran un futuro espléndido para ellas: son las jóvenes parejas rusas que llegan a diario a Miami (en 2014 eran unas 60, hoy se calcula que son muchas más) para que ella, la esposa en avanzado estado de embarazo, dé a luz aquí y tengan a partir de esas “vacaciones de parto” (birthing vacations) un hijo o una hija estadounidense que en el futuro pueda solicitar la reunificación familiar. Además, están los bancos donde se puede guardar dinero y empresas en las que invertir. La situación inestable de Rusia hace que su clase pudiente invierta en lugares seguros.
¿Y el sol, y la playa y la temperatura de todo el año? Nada, que es el paraíso y nadie que pueda se lo pierde, salir por unos meses del frío atroz de Rusia para entrar en un calorcito divino, divertirse de lo lindo y estar prácticamente en su propio hábitat humano, porque ya se han afincado tantos, que a Sunny Isles Beach, en Miami, se le conoce como “el pequeño Moscú”.
Un apartamento de lujo, con una bella vista a la bahía, piscinas, restaurantes, dos habitaciones y dos baños y medio cuesta $75,000 por tres meses. La demanda es alta, porque las empresas de turismo de parto se han multiplicado en Rusia ofreciendo paquetes de viajes que aseguran, además, atención médica de primera para la madre en el Sunny Medical Center. Eso sí, los gastos hospitalarios los pagan los rusos. ¿Pero qué más pedir, si se dan el tremendísimo placer de hospedarse en edificios que son propiedad del presidente de Estados Unidos? Se llaman Trump International Beach Resort, Trump Palace y Trump Royale, las más caras y famosas.
Las fotos de Instagram de mujeres embarazadas practicando yoga frente a la playa, en peluquerías de gran gusto, en grupos de amigos compartiendo socialmente, de padres paseando a sus recién nacidos por las calles y tiendas de Sunny Isles Beach circulan a la velocidad de la luz entre la clase adinerada de Rusia, que rápidamente es seducida.
Estas torres de lujo son parte de la Organización Trump, un imperio de bienes raíces que asciende a miles de millones de dólares y está desde que el presidente ocupó su cargo bajo la dirección de sus dos hijos mayores: Donald y Eric Trump. El mandatario, que el 16 de julio se reunirá con Vladimir Putin en Helsinki, se apartó de la fundación supuestamente, para no crear conflicto de intereses, estableciendo por escrito que sus hijos no lo mantendrían al tanto de los negocios en que se implicara su fundación. Pero Trump padre sigue siendo el único dueño de los edificios y puede retirar dinero cuando quiera.
Pero esta no es la mayor fuente de ganancias de Trump que proviene de las caudalosas fuentes rusas. La mayor es la venta desde hace años de bienes raíces pagados en efectivo por sociedades instrumentales o pantalla (shell companies en inglés) que por ley no están obligadas a revelar el nombre del comprador. De acuerdo con una investigación realizada por Reuters, la mayoría de los dueños son oligarcas rusos ligados a la política del Kremlin. Por el momento estos son algunos nombres que se han podido conocer, aunque sospechamos que Robert Mueller ha de saberlos todos: Alexander Yuzvik, Alexey Ustaev, Oleg Misevra, Vadim Valeryevich Gataullin, Pavel Uglanov.
Si contáramos con más espacio podríamos extendernos a la otra parte del imperio de Trump, cuyo 73% está dedicado a la oscura venta a sociedades instrumentales, localizado en Nueva York.
Según los investigadores de esta trama rusa, es muy probable que en ambas ciudades los oligarcas rusos estén comprando a manos llenas las propiedades de Trump para lavar dinero y dirigir sindicatos internacionales criminales. Y no cabe duda de que están haciendo al presidente de Estados Unidos más rico que nunca.
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