El viaje del presidente Obama a Argentina, después de su visita a Cuba a principios de la semana pasada, marca el momento de transformación por el que América Latina está pasando.
La izquierda ha perdido en tres elecciones recientes, en Venezuela, Bolivia y Argentina, y en otras partes tampoco le va bien.
El socialismo del siglo XXI en Venezuela ha resultado ser inviable. En Colombia, la guerrilla más antigua de la región está cerca de la capitulación. En Brasil, el líder del Partido de los Trabajadores, el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, está en el centro de un escándalo de corrupción. Su sucesora, la presidenta Dilma Rousseff, afronta la posibilidad de un juicio político.
Y Cuba, que fue el faro de la insurgencia regional, ahora ruega por las inversiones de los capitalistas a los que una vez condenó.
La izquierda está en retirada en el continente. Pero no hay que jactarse. América Latina aún afronta graves retos: violencia criminal en Centroamérica. Una pobreza extendida y devastadora en varios países. Sistemas de educación mediocres. Sistemas judiciales débiles. Corrupción y desigualdad social.
Pero América Latina está hoy en mejor situación que hace mucho tiempo. Y ese logro ofrece varias lecciones.
Una es que los buenos tiempos asentados sobre el dinero fácil no suelen durar. Venezuela es el mejor ejemplo. El desastre actual estuvo precedido por una década de auge petrolero que le permitió al difunto presidente Hugo Chávez construir una alianza regional de líderes de ideología similar. Cuando el dinero se acabó, también terminó la popularidad del gobierno de Venezuela, tanto externamente como internamente.
Lo mismo ocurrió en países como Argentina, que confiaron en un apogeo de las materias primas que concluyó hace unos tres años.
Otra lección radica en el destructivo poder de la corrupción. Brasil también disfrutó de un auge del petróleo y de las materias primas. Hay que reconocer que Lula usó parte de esa riqueza para sacar de la pobreza a muchos brasileños. Pero él y su partido convirtieron la petrolera estatal en un recurso político, y ahora están pagando el error.
Eso indica que la región debe adoptar sistemas judiciales más fuertes. Hasta ahora, el de Brasil se mantiene firme. Los países sin un sistema judicial sólido seguirán sufriendo el saqueo del tesoro nacional, lo que privará de fondos a sus programas sociales y educacionales.
Por último, hace falta rechazar los cantos de sirena del populismo, casi siempre una máscara del gobierno autoritario, y respetar las libertades civiles, especialmente la libertad de prensa.
Argentina podría ser un ejemplo, por eso la visita del presidente Obama es acertada en este momento crucial de su historia.
La corrupción, el dinero fácil y las políticas populistas forman parte de la historia del país sudamericano. El difunto presidente Néstor Kirchner y su esposa y sucesora en el cargo, Cristina, disfrutaron también de un apogeo de los productos básicos en los mercados internacionales. Pero cuando pasó el auge, Argentina quedó arruinada, así como su credibilidad internacional al negarse a pagar deudas contraídas con fondos de inversión, tildados de fondos buitre.
En muchas ocasiones, los Kirchner se enfrentaron a la prensa por sostener posiciones opuestas a la política de la Casa Rosada. Castigar a los medios también forma parte de la historia en América Latina, y la actitud de los gobiernos ante la prensa ha sido un barómetro de la salud cívica del continente.
El nuevo presidente, Mauricio Macri, está pagando las deudas del país, evitando una retórica populista y asociándose con el empresariado para restaurar la economía y la credibilidad financiera.
“Estados Unidos está listo para trabajar con Argentina en esta transformación histórica en cualquier forma que nos sea posible”, expresó Obama la semana pasada en Buenos Aires.
Obama llegó al lugar indicado en el momento indicado para alentar el cambio regional.
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